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57 horas en coche es lo que separa el camino de Madrid a Belén. Un viaje lisérgico dura entre unas cinco o seis horas. Dos vías para llegar a Dios que al final del trayecto guardan la recompensa de la iluminación.
Ni los valles nevados ni la ferviente conmoción de pastorcillos queriendo ver a su Rey son fronteras que impidan dilatar la conciencia. Y mientras, de fondo, se escucha un sencillo redoble de algún viejo tambor como banda sonora de toda infancia. Un mantra que acompaña a la esperanzadora alucinación de poder tocar ante los pies y la sonrisa de Dios a modo de regalo navideño.