Los átomos que nos conforman son sustituidos de manera ininterrumpida por otros átomos: unos permanecen en nuestros cuerpos unas pocas horas y otros, en cambio, lo hacen durante años. Cada átomo vino de otra parte y lo hizo a través del viento, de un río, de la raíz y el fruto, de la saliva, la roca, de las lágrimas del abuelo al ver la foto de su madre, de la pata de madera de la casa en la que crecimos, del pelo de uno de los pínceles de Dalí, de la herida del otro. Esto, en esencia, quiere decir que nunca estamos compuestos de la misma materia, nunca somos los mismos, siempre somos parte de los demás, pertenecemos de manera insondable a lo que nos atraviesa y que no es solo nuestro sino que es colectivo.
En el canto de «A través de ti» María José Llergo usa su garganta como un microscopio para que su voz desvele todos esos átomos, toda esa memoria que solo la música es capaz de cartografiar para trazar un mapa exterior que, paradójicamente, acaba señalando un destino interior. Porque si de algo nos sirven los relatos ajenos y los propios, claro, es para apuntalar ese hogar de cristal en el que nos convertimos cuando somos capaces de mostrarnos: de lo que supone enseñarnos y dejarnos ver por dentro. De esa hermosa idea de que jamás hemos dejado de recorrernos los unos a los otros porque comparado con el tiempo de una nebulosa la distancia entre el nacimiento de la Niña de los Peines y el hoy, el ahora, es un simple pestañeo imperceptible.
Esta es una canción que es un poema de agradecimiento escrito en los márgenes de todas esas historias que nos traspasan, unos dedos que doblan la página para marcar lo importante de compartirnos, el reflejo de ese grandísimo espejo circular que es la vida y que son los ojos que nos miran.
Todo lo que existe en «A través de ti» es lo que nos habita y que no desaparecerá jamás.
Este es un pulso al olvido con la fuerza de la creación artística.
Transformar el sufrimiento en algo.
Un mensaje susurrado al oído de alguien que acaba de nacer.
Y que acabará lanzando su propio mensaje al remolino del firmamento.
Porque siempre, siempre, hay algo que devolver.
Roy Galán