Te conozco desde hace bastantes años, Amaia. Nos hemos encontrado en muchas fiestas de radio, entregas de premios… y siempre nos hemos saludado, siempre has tenido una palabra cariñosa para mí. Sabemos que la vida es una montaña rusa y hoy quiero enviarte un abrazo sincero, leal a esa amistad en la distancia pero profunda que siento por ti. Un abrazo cósmico.
Ahora que está tan de moda el Me Too, a mí me ha pasado de todo. He subido con alguna copa de más a un escenario, he patinado con un playback que no entraba en pleno directo de televisión, me he olvidado la letra de una canción bastantes veces, en multitud de ocasiones he salido a escena con ropas tan desacertadas como para morirse de risa y hasta me he colado en un agujero escenario abajo. ¿Qué sucede? ¿Que una pifia, un error, una metedura de pata pesan más que tantas y tantas noches de entrega, de buenos conciertos? Pues claro que no. Y como dice la Biblia, el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra.
Como tú, como todos los que a veces nos pueden criticar, soy humano. Pero sabes, precisamente por eso hay que perdonarse. Si te soy sincero, tampoco me he sentido mal porque sé que todos y cada uno de los que están frente a nosotros en cualquier evento, de vez en cuando también fallan. Es nuestra condición. Y poco más. Ayer hablé contigo y al colgar el teléfono pensé en los años que llevas en el oficio de la música y en la cantidad de veces que habrás subido a un escenario y habrás dado felicidad al público junto a tus compañeros músicos. Eso, tu entrega de tantas noches a tanta gente es tu salvoconducto para ser respetada, como debería serlo todo el mundo.
Un montón de besos y un ramo de flores, Amaia.