Si no existiesen las canciones, diríamos que de todas las cosas que vuelan, el tiempo es la única que no se puede enjaular. Pero existen y algunos, los más grandes, consiguen atraparlo en ellas: por ejemplo, Joaquín Sabina y en las doce que forman este disco.
Su idea para Lo niego todo era escribir sobre un hombre que podría ser él, alguien con mucho camino andado y muy joven para su edad, que sabe que la mejor forma de seguir adelante es volver a empezar de cero, como si hasta entonces su historia le hubiera pasado a otro. Para lograrlo, nada mejor que cambiar de rumbo, llevar su música a sitios donde nunca había estado y en compañía de alguien como Leiva, con su inspiración, su talento, su aura, su rocanrol a la vez tan de hoy y de toda la vida. La mezcla funciona de tal forma que hasta quienes se esperasen lo mejor de ella se han quedado cortos. Estas canciones dejan huella, manchan como una valla recién pintada.
Para situar Lo niego todo en el mapa hacen falta muchas banderas. No tan deprisa es una oda a la vida retirada en algún punto de la frontera sur de Estados Unidos donde por las noches se oigan coyotes, trenes de mercancías y la guitara de J. J. Cale. Quién más quién menos, se hizo en el mismo sitio, Rota, Cádiz, pero su melodía se la llevó a Nashville. Postdata es una carta que viene y va a México. Leningrado es un viaje a la Rusia de ayer. ¿Qué estoy haciendo aquí? es Jamaica en estado puro. Rock & roll, country, rancheras, baladas, reggae, rumba… Si este disco fuera una novela, comenzaría así: todo empezó varias veces, en sitios distintos y le ocurrió a personas diferentes.
Lo niego todo pide manos arriba y móviles iluminados: está lleno de himnos como el que le da título, de emoción, poesía bailable, estribillos adictivos… Joaquín Sabina ha ido muy lejos esta vez, tanto que se ha puesto a su altura, y eso es mucho decir. “No me importaría que este fuera mi último disco”, me confesó una noche. No lo será, pero la frase sirve para medir lo que supone en su obra y lo que significa para él. Siendo quien es, qué más puede añadirse.”
El texto anterior lo escribí para el libreto de Lo niego todo y habla de lo que intuyo que esas canciones le van a hacer a quienes las oigan; pero de puertas para adentro, lo que más me ha impresionado durante el proceso, mientras trabajaba en algunas de ellas y veía a Joaquín y Leiva escribir y componer otras, ha sido lo que le han hecho al propio Sabina, a quien sinceramente no recuerdo haber visto nunca antes tan entusiasmado, algo que me parece digno de tenerse en cuenta, dado que somos inseparables desde hace treinta y seis años. No sé cuántas veces puedo haber escuchado estas canciones, al principio en grabaciones hechas con mi teléfono y en las que Joaquín toca la guitarra española y canta; después en las maquetas que iba preparando Leiva y, finalmente, en el máster del disco. En todas esas escuchas privadas, o en las que servían para presentárselas a los amigos más íntimos, nosotros tres y nuestra gente lo hemos pasado pirata, aunque no tanto como él, a quien no recuerdo haber visto nunca, por ejemplo, bailar sus canciones como bailaba éstas, sólo o con Jimena. Añadiré que lejos de mirar con cierta aprensión, como otras veces, el inicio de una gira de presentación de Lo niego todo que será larga y exigente, está deseando empezarla, tiene ganas de compartir el disco con sus seguidores y defenderlo en directo a camisa quitada, como uno defiende las cosas en las que cree al cien por cien. No hace falta ser adivino para pronosticar que van a ser unos conciertos inolvidables, donde él va a poner toda la carne en el asador y el público va a asistir al regreso de un artista único por la puerta grande.
Por añadidura, en este repertorio hay, efectivamente, melodías para todos los gustos y que aunque sean muy distintas se parecen en que desde la primera a la última, cada una a su modo, se pegan a los textos como estuviesen hechas de látex. El talento y la vitalidad de Leiva también han llegado aquí hasta el límite, la emoción que le añade a las canciones es arrebatadora, te mete en un ascensor sólo de subida, y su destreza a la hora de encontrar riffs adherentes y estribillos contagiosos resulta infalible. Y lo mismo se puede decir de la música que le han fabricado a la medida, y bajo su batuta de productor, Rubén Pozo a No tan deprisa, Ariel Rot a Postdata, Jaime Asúa a Leningrado o Pablo Milanés a Canción de primavera. Llévense unos zapatos cómodos a las actuaciones, porque van a pasarse la mitad del tiempo en pie, aunque sus localidades sean de asiento.
Se podrá titular como quiera, pero Lo niego todo es un disco en el que nada es mentira. Puedo contar de primera mano la pasión, el esfuerzo y la sinceridad con la que lo ha construido Joaquín Sabina. Palabra de honor: yo no había visto algo igual en toda nuestra vida.